jueves, 1 de septiembre de 2011

Acercándonos a Dios como un niño

“De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza”
Salmos 8:2



Hace algún tiempo oí a un hermano contar un relato acerca de alguien que no sabía que decirle al Señor en su oración y que no hallando las palabras precisas recitó el abecedario. La razón por la que hizo esto fue para que con aquellas letras fuera el Señor quien le entregara la oración que habían de pronunciar sus labios. Tal vez una historia como aquella pueda parecer a simple vista algo inusual o inverosímil. Solo un niño o alguien con dificultad para expresarse pareciera verse en esta condición, más allá de esto, nos hace pensar por un instante sobre el contenido de nuestra oración.

¿Cuánto tiempo hace que nos acercamos a Dios como niños?

Sumergidos en un mundo donde priman la autosuficiencia y las comunicaciones instantáneas es realmente difícil no ser contaminados con las ofertas y atractivos mensajes del hombre del siglo XXI y esto pudiera afectar aún nuestro tiempo de oración.

No existe una fórmula que nos dé como resultado una oración agradable a Dios. Si bien el Señor nos instruye en su palabra de qué forma orar descansamos muchas veces en la forma y no en el contenido que Él nos revela. No tiene que ver con la cantidad de tiempo, ni las palabras que escogemos, ni la forma que sean dichas, aún cuando todo esto puede ser un buen medio. Tiene que ver más bien con la condición de nuestro corazón, como lo revela su palabra:

“Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí”
Mateo 15:8

Conocemos según testifica San Lucas que los discípulos en una ocasión se acercaron hasta Jesús para contarle que los demonios se les sujetaban en su nombre, y a esto el Señor respondió (sin sentirse impresionado) que se regocijaran no tanto de esto como de que sus nombres estén escritos en los cielos. A continuación nos dice que en esa misma hora Él se regocijó en el espíritu: ¡Su espíritu se conmovió y alabó al Padre!. Aquellos que han sido tocados en la intimidad de su ser por la palabra del Señor reconocerán cuanto gozo recibimos del Padre cuando nuestros ojos atisban su misericordia en nosotros. ¡Cuánto más el unigénito Hijo de Dios que siendo uno con el Padre es glorificado en sus pequeños! Y cuál sería el motivo de su alabanza sino éste:

“En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo:
Yo te alabo, oh Padre,
Señor del cielo y de la tierra,
porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos,
y las has revelado a los niños.
Sí, Padre, porque así te agradó”
Lucas 10:21

Cuando accedemos al Padre mediante su Hijo es desafortunado pensar que podamos impresionar a Dios por las palabras que empleamos, por nuestras buenas intenciones o victorias espirituales. Él conoce primeramente todas estas cosas. Muchos diremos entonces ‘siervos inútiles somos pues lo que debíamos hacer, hicimos’.

Al reconocer que nada hay de bueno en nosotros y que todo fundamento está en Cristo podemos acercarnos con libertad a sus plantas. Nuestra oración ya no será tan solo un compendio de peticiones o palabras bien dichas sino que a través de su palabra discerniremos en el espíritu lo que es verdaderamente necesario decir. Acallar el alma como dice David en el salmo 131 es nuestra fortaleza; esperar en Jehová.


Confiando en Dios como un niño
Cántico gradual; de David.
Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron;
Ni anduve en grandezas,
Ni en cosas demasiado sublimes para mí.
En verdad que me he comportado y he acallado mi alma
Como un niño destetado de su madre;
Como un niño destetado está mi alma.
Espera, oh Israel, en Jehová,
Desde ahora y para siempre.

Dejando atrás lo que vemos con la vista carnal y allegándonos a Él tal como niños tendremos victoria sobre nuestras debilidades:

“De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños,
no entraréis en el reino de los cielos”
Mateo 18:3

Es preciso que acallemos el alma, esto es otorgar libertad al espíritu para que pueda hablar, así podremos conocer que lo que teníamos para decir tal vez son excusas y que nada hay oculto que la luz de su palabra no pueda manifestar cuando somos examinados profundamente.

Esperar en Jehová es difícil para el alma y tanto más imposible para la carne porque en ellas somos apremiados días tras día en necesidades reales o ficticias, en deseos benignos o impuros, en afanes y ansiedades; y todo ello constituye un obstáculo para adorar a Dios ‘en espíritu y verdad’.

Si tan sólo entregásemos toda nuestra carga a quien puede llevarla y caminásemos como niños tomados de su mano, ciertamente nuestra oración no hallaría estorbo.

Quiera el Señor que seamos hallados como niños delante de Él y su gracia sobreabunde en nuestros corazones.